Un festín romano vestido a la moda del siglo XXI. Más de ciento cincuenta elaboraciones culinarias, atendidas con mimo y cuidado excelso, que vienen a compendiar tanto las diferentes especies cinegéticas que se logran en España, como las muy diversas maneras de convertirlas en un manjar. Todas, o casi todas, las especies de pelo y pluma que, inocentes, se ponen a tiro del cazador, están aquí. Desde el malvís hasta el muflón, pasando por el gamo, la codorniz, el jabalí, el faisán , el pato azulón o la liebre, preparados como entrantes, como acompañantes de legumbres o como guisos propios. Una cosa que lleva mucho trabajo y que exige mucho conocimiento para ofrecer al consumidor final una auténtica fiesta gastronómica que ya va por su decimonovena edición.
Diego Nicas es el responsable de dirigir el equipo de cocineros del Hotel Santemar y ha de decirse que lo hace de manera sobresaliente, porque organizar un evento de este tipo, con tantas cosas y tan bien hechas, es algo difícil. Lo importante es que, al final, la gente sale contenta , satisfecha. Entre los comensales abundan los cazadores, pero tambièn los aficionados al buen comer y los que, sencillamente, saben que estas jornadas son un raro acontecimiento de goce y disfrute.
Fotografiar o comentar tantos platos es tarea imposible, pero es necesario recordar, como entrantes,los hojaldres con duxelle de setas y caza, el paté de jabalí con aceitunas, el quiche de venado con bacon ahumado y el paté de ganso con uvas. Entre los platos de cuchara probamos, con mucho agrado, los caricos con venado y las pochas con pato y panceta ibérica. También había sopas muy dignas, sobretodo una crema castellana con caza, semejante a una tradicional sopa de ajo ,pero con un toque potente y que se hace sentir. De los guisos más tradicionales me quedo con el faisán estofado con cebollas y champiñones, el ragout de venado y el pato azulón estofado con aceitunas y trigueros. Otros platos interesantes fueron el conejo rustido con mojo picón, la perdiz a la toledana y el carpaccio de melón con jamón de pato y vinagreta de frutos secos.
Sobra decir que de todo esto comimos cantidades mínimas, con excelente atención por parte del equipo de sala, que cambia platos y cubiertos con eficacia cierta. Te levantas de la mesa, acudes al buffet – única manera de poder ordenar todo este tráfago- vienes con tu plato y te encuentras con la mesa limpia y dispuesta, como si te sentases para empezar a comer.
La comida se acompañó con un único vino -echándose en falta, tal vez, algún blanco- Lagunilla, reserva 2011, tempranillo fortalecido con un 20% de garnacha, reposado dos años en barricas de roble americano, rioja goloso servido a 18 grados y que, justo es reconocerlo, acompañó con dignidad todas las elaboraciones.
Como colofón de la gala, quesos y dulces sorprendentes; de los primeros me quedo con un Picón azul que recordaba al clásico Stilton inglés, y los ahumados pasiegos ; de los segundos con la quesada pasiega, el tiramisú, los bocaditos de queso y membrillo y las torrijas de sobao pasiego con crema de orujo.
Cinco socios del Rinconín disfrutamos este banquete magnífico mientras, fuera, llovía y granizaba. Pero de todos es sabido que, en Santander, cuando comienza a llover… lo dejan caer. No me extraña.